Me llegó el recuerdo de la vitrina en casa de mis abuelos, llena de copas esperando su turno para llenarse por dentro, servir, y así encontrar sentido a su existencia.
Había un par de copas, que a precisas horas del día eran «iluminadas» por los rayos del sol de manera diferente y única. Ellas, «las especiales» eran capaz de recibir luz blanca y transformarla en un arco iris brillante que se reflejaba en el espejo, felices, disfrutando el baño de luz, disfrutaban cada momento mientras esperaban pacientes su turno para salir de la vitrina.
La mayoría de las copas se limitaban a dejar pasar la luz sin interactuar con ella ni modificarla. No tenían tiempo para ello ya que estaban impacientes esperando el momento para salir de la vitrina y ser de utilidad. Ellas creían que en ese momento se sentirían realizadas. Y yo me pregunto ¿Para qué esperar?.
Así pasaban días y semanas hasta que llegaba «el gran día». Las copas se desplazaban hasta la mesa temblando en la charola por los nervios de la ocasión desesperadas aguardando por el momento de sentirse llenas de «vida».
Todo estaba listo, sólo había que esperar. ¿Cuánto tiempo más? se preguntaban… y así transcurrían un par de horas más.
Ha llegado la hora, la cena está servida, y las botellas de vino «Espíritu», «Regocijo» y «Alegría» han sido descorchadas. La primera copa se llenó de «Regocijo», la segunda prefirió «Alegría» otras tuvieron contacto con «Espíritu». A la sexta copa, «yo no tomo, gracias» para mí sólo agua. La copa no lo podía creer, todo este tiempo de espera para recibir «sólo agua», inaudito le había caído «la maldición de la copa sin vino». Las otras copas, «alegres», la volteaban a ver agradeciendo no haber estado en su lugar. Ah que copa, no se ha dado cuenta que no hay nada más puro que el «agua».
Como era tradición, las copas que no fueron «invitadas» a la fiesta, esperaban ansiosas escuchar las diferentes experiencias vividas por sus compañeras en su corto tiempo afuera de la vitrina.
Terminó la fiesta, las copas una a una fueron limpiadas y colocadas nuevamente en su hogar. La mayoría de las copas no recordaban todos los detalles, su realidad estaba distorsionada por los efectos del alcohol. Era sólo «la copa maldita» la que podía contar, con lujo de detalles, los acontecimientos de la gran fiesta. Su «maldición» fue lo mejor que pudo haberle pasado, se ha convertido en una copa de «las especiales» que irradian arco-iris hacia el exterior.
A partir de ese momento todas las copas, antes de salir de fiesta, desean recibir «la maldición de la copa sin vino».