Reproduzco a continuación una carta que escribí a una persona muy querida (con unas pequeñas modificaciones y un comentario que olvidé en aquella ocasión)
Este fin de año aprendí un concepto importante (que quiero compartir contigo), y es que hay que nombrar las cosas.
Como sabes, mi tía Martha es psicoanalista, y me contó la siguiente historia (siempre respetando privacidad, asi que no me preguntes por detalles porque no los sé): una mujer lleva a su hijo adolescente aconsulta. Ha tenido dificultades en la escuela y básicamente se está poniendo rebelde. Al preguntarle por sus bajas calificaciones, éste dice que lo tiene todo controlado. Cuando la madre sale, el psicoanalista dice lo siguiente: «en realidad no estás aquí porque te hayas hecho tal o cual cosa en el cuerpo o porque tengas bajas calificaciones. Estás aquí porque acabas de descubrir que tu padre es un pederasta y quiero saber cómo estás respecto a esto». Y después de un diálogo, el psicoanalista dice: «si tu padre hubiera buscado ayuda cuando tenía tu edad hubiera tenido una opción. Ahora, como estamos aquí llamando las cosas por su nombre, tu la tienes, asi que no necesitas repetir su historia». El diálogo continúa rescatando también lo bueno del padre y con un ofrecimiento a que regrese cuando quiera para continuar el diálogo. El joven, que durante la sesión ha llorado y expresado su rabia ante lo acontecido, se despide agradeciéndole al psicoanalista con lágrimas en los ojos.
Yo tengo una pequeña experiencia similar (al menos en lo que respecta a nombrar las cosas): Hace ya algunos años, mi padre se acercó conmigo y me pidió disculpas por no haber estado suficiente tiempo con nosotros. Yo le contesté que no importaba, que el tiempo que nos había dado había sido de calidad. Sin embargo, después de ir a terapia me dí cuenta de que no era cierto que yo estaba bien: había resentido su falta de tiempo, y mi vida estaba plagada de decisiones, emociones y situaciones que reflejaban que me había dolido que mi padre no nos hubiera dedicado más tiempo; por ejemplo, siempre estaba enojado porque no dedicaba suficiente tiempo a mi familia (y eso que básicamente salía del trabajo y me iba directo a casa, y dejaba a mi familia sólo para ir a trabajar). Era necesario que nombrara el hecho para ser libre. Además, y esto es una de esas cosas que me resultan tan interesantes, no era libre de querer a mi padre con plenitud, porque lo estaba defendiendo inconciéntemente de algo que yo no quería pensar, pero que pensaba.
El cuatro no necesita que lo defiendan
Dice una amiga que a pesar de que sabemos que 2 + 2 = 4, nos la pasamos defendiendo al cuatro; le gritamos a todo el mundo que 2 mas 2 no es igual a 5, y que no es igual a 3, y que no es igual a 1000, pero el 4 no necesita que lo defiendan, el cuatro es. De la misma manera, lo que es no necesita que lo defiendan.
Asi que la invitación de este correo es a que busques que cosas necesitas nombrar para ser libre. Siempre hay muchas respecto a nuestros padres, asi que creeme, tienes trabajo para rato. Y que si te encuentras a ti mismo defendiendo a alguno de los dos, lo pongas dos veces bajo la lupa, porque seguramente hay algo que está pidiendo a gritos que lo nombres.
[y me gustaría añadir que una vez que lo nombres, serás libre de amarlos como son, pues ya no estarás luchando internamente por ajustar a tus padres a un molde de lo que deberían ser]
Te cuento todo esto como mi experiencia, pero para que lo pases por un filtro de los budistas: toda creencia que no has experimentado por ti mismo es una superstición.
Un abrazo, y que tengas un año lleno experiencias y descubrimientos.
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