Estoy tomando prestada esta locución del mundo de la medicina para aplicarla al mundo de la motivación.
Bueno, comento lo anterior porque me encuentro actualmente conversando con un supervisor que quiere aumentar la motivación de su equipo. Lo curioso de este caso es que en realidad, según me comenta, el equipo tiene un alto grado de motivación interna PERO… muchas de las acciones que ha emprendido la alta gerencia para «motivar» a sus empleados han terminado siendo un gran desmotivante (de ahí el título de este artículo).
Las acciones en realidad no son algo terrible, sino cosas que se hacen cotidianamente, que parecen tener sentido común. Cosas como ofrecer premios de diversos tipos, que van desde los económicos hasta los puramente simbólicos, como el cambiar de status de «junior» a «senior» [los premios funcionan en un número muy limitado de casos… mucho más limitado de lo que se cree]… y como agravante, los premios (aún los de status) se encuentran limitados en número (a pesar de que existan muchas personas que «merezcan» alguno de los reconocimientos).
Lo interesante de esta tarea es que no está en nuestras manos cambiar las técnicas de la gerencia. De hecho, están un poco renuentes a aceptar cualquier consejo externo, por muy científico que éste sea (un caso muy común, donde las creencias juegan un papel importante, pero no obvio).
Después de darle vueltas durante la noche y platicarlo con Paty, caí en la cuenta de que era un caso típico del triángulo de la víctima: el equipo se siente no reconocido por la gerencia (está en la posición de la víctima) y la gerencia se siente con la obligación de motivar a los empleados (posición del rescatador). Este descubrimiento fue muy interesante para mi por dos cosas:
- Comprendí que el camino a seguir con este grupo en particular es ayudarles a recuperar la responsabilidad de su propia motivación (y el poder que esto conlleva)
- Me dí cuenta que en realidad esta insistencia en motivar por medio de premios y castigos, tan arraigada en la sociedad, tiene su origen en el triángulo de la víctima: por un lado, vemos a nuestro jefe o conyuge como responsable de nuestra motivación (con lo cual renunciamos al poder que tenemos sobre ésta área de nuestra vida) o, en el otro vértice del triángulo, nos vemos como responsables de motivar a nuestros empleados o nuestros hijos, es decir, los calificamos de incapaces, y al hacerlo, les «robamos» el poder que tienen de autodeterminarse.
Por lo pronto, es un experimento muy interesante. Ya les contaré cómo nos fue. Y si alguien tiene alguna sugerencia sobre cómo lograr que este grupo se dé cuenta de que son los responsables de su propia motivación, es bienvenida.